Al sol, a la sangre, al humo y a la felicidad en general.

mayo 21, 2011

Las alarmas exageran, el piso tiembla. No, no es la alarma la que suena, es un zumbido persistente en tu oído. No, no es hora de levantarse. Quédate conmigo un rato más.
El viento azota las cortinas y no importa. Pasan las horas y se deslizan despacio por las paredes que nos encierran, caen en goterones al suelo y nadamos en ellos, perturbados por la falta de sueño, sedados por el aroma de nuestros cuentos.
Tenemos un dolor de cabeza a media tarde, dormimos y olvidamos. Despertamos contentos.
Sonríes y por eso sonrío, sonríes al verme sonreír y todo se vuelve cíclico y no para nunca; por eso no escuches las alarmas fatalistas a media mañana, por eso omite el sonido de la despedida y quédate quieto.
Los edificios caen, las palomas mueren aturdidas en su sinsentido, perros ladran, personas mueren, gritos ahogados, risas grupales.
Distancia mínima entre tu cara y la mía, perfección imperfecta e inconclusa, pies descalzos escoltándote a la puerta.
Un beso, dos besos.
Un abrazo que me lleva a Júpiter.
Un momento, un buen momento, el mejor momento.

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