Bosque triste, melodramático y acostumbrado a sufrir.
Color ciruela, color vino tinto, color amanecer saturado.
Parajes inútiles, intento baldío y sediento.
Ya no hay más destellos de luminosidad en tus copas y se destiñen las infructuosas posibilidades de otra cosa, de algo más, de cualquier amago de cambio de escenario.
Ramas finas, látigos dóciles, blandas asquerosidades; cojines carnosos de verguenza.
Huidas detenidas, frenético pero cansado galope de un caballo rojo y malogrado que retumba en un cofre con amplificaciones ruidosas y húmedos rincones.
Más, quisiera escabullirme y desertar del destino artero que me han impuesto mis erráticos pasos. Y no puedo.
Aborrezco mis estados. ¡Que nadie me vea en este valle!
Me encuentro sentada en una cloaca que muy a mi pesar ha absorbido las dulces chispas que pudieron alguna vez habitarme. Y esta arena movediza, este pantano de absoluto vacío me mantiene exánime y desconcertada, queriendo no ser el antojo de tus labios, queriendo que por magia olvidases mi mal nombre y mi malsano e inmundo existir azaroso.
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