Al sol, a la sangre, al humo y a la felicidad en general.

febrero 27, 2011

Quisiera recurrir a la poesía pagana que me inspira, a las letras sucias de algún escritor perdido, esos que se ven y se esconden en el puerto, con el pelo grasoso y las manos agrietadas, juntando boletas que vuelan entre sus zapatos y perros, que se parecen tanto por lo viejos y sabios. Y con un poco de tinta encontrada, si es que no con sus propias lágrimas borrachas, endulzan mis agrios días con su versos melodramáticos y perdidos, con su falta de cariño hacia la vida que los apuñala.
Me perdería por las tardes entre esos rincones inexplorados de las ciudades disimuladas, que despiertan al esconderse el sol y dejan entrever entre los reflejos dorados de los ocasos diarios, las pequeñeces de un mundo infiltrado y desteñido, pequeñeces que me dan pena y dolor de cabeza al mismo tiempo y me hacen querer abrazar la tibieza del bienestar pasajero y simultáneamente acribillar por la espalda cualquier atisbo de gloria, morder la mano que da de comer y con una carcajada arrojarme al mar.
Suicidio espontaneo, un arrebato causado por la ausencia de las letras rojas de cualquier escritor necropoeta frustrado, como el que conocí hace años, que quiera robarme el aliento con la amargura de sus delirios.

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