Al sol, a la sangre, al humo y a la felicidad en general.

marzo 30, 2011

Así que él era el famoso niño huérfano, el famoso niño triste, el de los dos ojos desparramados en el cielo celeste. Él era el de las historias que se remontan hacia años que ya no cuentan, hacia diálogos que no existieron.
Era famoso por matarse tantas veces y aun así seguir con vida, era famoso por ser brillante y por ser idiota, por caer en sus propias trampas.
El misterio de su dramatismo envolvía el tiempo y el espacio, haciendo que todo se difuminara y pareciera nada.
Aniquilaba al mismo tiempo que sin querer reconstruía todo, poniendo piezas en cualquier parte, quitando trozos importantes de una realidad aletargada.
Su voz temblaba, el piso temblaba.
Y se me humedecían los ojos cuando estallaba su nombre cerca de mi oído y me volvía loca cuando sus misiles me perseguían en cualquier parte, en cualquier parte, en cualquier parte y en cualquier momento...
El era, pero ya no lo es tanto porque sus delgados brazos no conmovieron a mi piel y su cabello oscuro no me perdió en la noche como lo hacía antes. Y ya no es ese tipo y es alguien que no conozco y sus gritos no me quitan el sueño y su enfermedad no me causa envidia y sus pesadillas ya no son las mías. Y me dejó y lo dejé y el esta sobre un bus, alejándose de los recuerdos tejidos que se destiñeron bajo el mar y se corroyeron con los años. Y él se aleja y yo ya no lo extraño.

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